Saturday, September 30, 2006

Carta de amor -corregida-




Carta de amor -corregida- o epitafio del diario rural

A Eulalia, compañera del mus


¿Adónde cercar las huellas que no cataron su cauce más que derruyendo el altar donde eres vista por mi inconsciencia de muerte? ¿Iré/vendré de un lado al otro siendo a la vez cálculo de culpa, representación de un pasado, mínimas letras por las que pasará tu nombre…? Después, ya vista, la fútil inercia que me arrastra a un elogio de tu pelo, a una equiparidad celeste con tu brío, contando pues con la vida como medio con el cual sostener un yo, una muerte… ¿Cómo decirte con cariño que tan sólo puedo legarte mis cenizas? ¿Será mejor si te acaricio antes? Decían allá que sin una visión clara de la muerte no hay orden, no hay sobriedad, no hay belleza; una vez resucitado de mis fichas (que es lo que dejan finalmente las experiencias psicóticas como prima a una seguridad social que tiene poco de segura y puede que, seguramente, menos de social) ¿Anhelaré el epicentro de un control donde uno es en sí nada más la consabida dispersión de una voluntad (que es aquella de quien cuentan las leyendas compra por alma el diablo)? ¿Es siquiera justo decirte “conmigo”? ¿Siquiera plantearte -somos uno- a sabiendas que es la muerte intrínseca quien fabrica la otredad? ¿O decirte aquel decir del vasallo que señala las tierras que conviven en su hacienda con el índice y añade: todo esto que estás viendo será tuyo? ¿Añadir pues: también el coche? Eliminemos la palabra “gusto” ya, o permitámosla vivir como tajada.
Después de reducir la vida, que no el mundo, y de permitirla, como el mundo, medio, a una deficiente, por patógena: cualidad, don ¿romántico? o, lo que prefiero, par de vida e incluso coces de aliento, patíbulo de consentidos errores, belleza que permite acá una percepción igual (con otros lados) y no en cambio una razón que convierte todo ello en esta suerte de malditismo (bendita fortuna) donde la muerte y el yo fabrican cualquier vulgarísima tiniebla de bajatarde ¿Me haré putero desde ya? ¿Cerraré el pico? ¿Rebajaré mi camino al destrozo de un pellejo a ritmo del tolón que musica inútilmente el cencerro de la bestia hasta que se corre en mis huesos y me deja en paz la vida? ¿Sentiré parar el tiempo? ¿Sabré hacerlo? ¿Deberé después venirte a contar que sigo vivo? ¿Que todo ello se debe a que “ahora respiro mejor”?

Mi psiquiatra, tras su reciente cuarto delirium tremens está ingresado en una granja y no podrá atenderme este noviembre ¿Deberé llamar a la chiquita que le atiende las llamadas y decirle “da lo mismo, ¿me puedes dar tú la sesión”? Por el cielo, imitaré la firma del otro en las recetas, no hay mucho más, después podemos hablar de cómo me han ido las vacaciones ¿Sabe, doctora? Ya, ya sé que usted es sólo la chiquita del teléfono pero ¿Puedo llamarle doctora? Ya, ya sé que se llama Conchi… pero iba a quedar muy mal, doctora ¿Comprende con esta pequeña imagen lo que estamos haciendo con el mundo? Exacto. En ese caso también comprenderá el hecho de que exista este trabajo. Doctora, me deja usted alucinado con sus aceptaciones ¿Ya ha pasado la hora? Dígame cuánto la debo. Vaya, me he dejado la cartera en casa, pero tengo el teléfono del trabajo de mi madre. La llamaré para que traiga ella el dinero ¿Cuánto ha dicho que es? Sí, mamá, anota: C/ Hortaleza nº 72, 2º A; mándalo por Prosegur. La doctora me sonríe y la pregunto si lo comprende. Parece ser que sí sabe por qué no me he ido a Buenos Aires de vacaciones. De repente, en lo que llega el camión de Prosegur, pasa a convertirse en Conchi, así que ya no cuesta dinero explicarle que no me he ido a Buenos Aires. Conchi me habla de estadística. No, querida, esto es macroeconomía. Y luego: Es amor. Y luego: Es miedo. Y finalmente: El talón vale.

Y ahora te pregunto a ti, amor ¿De qué le sirve a una conciencia el paso dado, bajo tan catada versión de frivolidad, en lo que a su condición habrá de adherir?


Pero te quiero.
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Sélavy

Friday, September 29, 2006

Había... (bajo una mesa, sentado)




Había una casa, el olor a abuelo, la colonia y trajes grises; el tabaco. Había el primo mayor, el que yo era, y una casa a la que hacer pequeña. Había un barrio, el clima en los domingos, la salida de la iglesia. Había el vermú en el bar de abajo con los hombres, el ruido de las máquinas, los coches. Había el ford fiesta de mamá, robado cuatro veces, en las calles, y siempre oliendo a la misma cosa vieja, el sonido del motor, ese aliento de chatarra que hoy resume todo aquello por lo que uno tiende al respiro. Había un caballo en la terraza, pequeñito. Sus ojos eran desgracia, si la había. No recuerdo la desgracia. Siquiera recuerdo si acaso ojos tenía, el caballo perdido, blanco, de madera con plástico, de birria que ya no huele. Había un coche también, regalos en navidad, el mejor vino, y otra vez la colonia y el tabaco. Un piso alquilado, un parqué mate, la cocina. Habían los amigos, el colegio, cerca de casa, el barrio; de la mano de tía, su trabajo y las chucherías de luego. Bajar a por el pan. El pan blanco, como una hostia que quedaba preservada para el día del traje de marinerito, aunque luego uno fuese con un lacoste de lana negra y blancos pantalones lisos. Había un balcón por el que mirar un pino, un jardín, las explanadas. Había la prisa de los cromos, el gordo del cole, el bocata. Había las luchas de judo y muy pocas chicas, los escondites y había antepasados que te daban la propina, a cambio, como supimos más tarde, de no volver más cara a su recuerdo.
Sélavy
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