Friday, July 07, 2006

La edad del espectáculo




Un momento,
la negación visible de la vida
al alcance de la mano
en el salón.

La negación risible del momento
abierta en ristrea una vida...

¿Dónde nosotros?¿Dónde la verdad del sol?
¿Dónde el empleo del tiempo y la maldita versión de estas paredes?

Del sueño a la cuna, el niño
entre dos rocas
que están puestas ahí
para el orín, el fornicio

o tu oscuridad misma

apoyada en la mía
con el afán de un positivo
nunca jamás revelado

diciéndole que es una mentira a la farola,
que es ambiguo a un latido,
que es un imposible a una cometa

y que somos dos y nos queremos

o cuatro o siete o un pensamiento
y, de nuevo, nos queremos
porque si no, dice ella, no podríamos.

A la que la luz se va y un beso
no expresa más que nuestras ganas de dormir
mientras el espectáculo nos guarda
de todo lo demás a cambio
de sí mismo.

Sélavy

Hizo la foto y nos pidió que sonriéramos



Consumido dio un avance, lo que era y lo negado, sin decirlo, su ciudad, el entresijo, y todos aquellos valles, los perros, a mitad del sol y el resto; como pegados a destiempo en un collage de mi niño.

Mi niño, el niño
toda hacia fuera y ver
del
que a su vez mira; mira la mano de madre, haciendo el tacto a un montón de un mercadillo

giraba sin más
o así lo decía
para coger aire

y el columpio de mi niño era
el péndulo de un reloj al que no dar
cuerda más.

Ella hizo la foto y nos pidió
que sonriéramos
y nosotros lo hicimos.

Por un instante fueron la duda,
pero fueron todo también en lo siguiente hasta este día
donde, como ayer, no pasa nada más.

Sélavy

Toda la pena de Artaud

Coautor de tu pluralidad
el plural de tu cerebro
se muere de inanición
entre sábanas tan blancas
y telones tan de acero;
cercando un exquisito cadáver
en el que eras
el suicidio de Van Gogh televisado.

Sélavy

Decirlo

Decir un latido,
decir pájaro asfixiándose
dentro de una chimenea,
decir lo que quedó del hielo
en la lata oxidada
crepitante de gangrena,
decirlo enterrado y vivo
decirlo tragando arena
y comido por las larvas;
decir el crepúsculo que se retira
de puro ridículo
bajo la fluidez de un globo;
decir embrión de baba humana,
decir el que quisiera ser mano
solamente
..............

Decir urgencia de sangre,
reloj del cuerpo batido,
decirlo como lo canta el pájaro primero
cuando le ha sisado al cuco
el pan de los demás días.
..............

Decirlo rojo-negro,
timbal autónomo
en una vitrina de carne,
museo del momento;
decirlo rotundo
como eructo en la cocina
que ya ha probado su cuerpo.
O no. Mejor no decirlo.
No decirlo como aquel o como este,
que rumia, sin más,
por ver la cara que se te ha quedado.

Sélavy

El jazmín del hombre medio


Por un momento, se siente muy desdichado al saber que ya jamás tendrá que ver con su inesperada capacidad para la pérdida de control psíquico. Que únicamente aspirará a ser un deprimido impar, uno más entre todas las personas que habitaban el planeta; un planeta más, del que era convenientemente ajeno. Lo intentaba una vez tras otra, pero se daba de bruces, no atinaba con la llave. Nadie lo haría. Nadie le abriría de nuevo el cuerpo e invadiría sus indudables posesiones legítimas. Lo intentaba y volvía una vez tras otra a los anagramas; los mismos u otros que partían de las mismas bases que aquellos que en los únicos momentos en que vivió de manera plena, habían convertido una lágrima en el propio ojo, escurriéndose por la mejilla, luego el mentón, hasta separarse, caer y formar parte de la alfombra, prendado del paisaje de todos sus días, de la habitación en la que mirarse a uno mismo sin un ojo, fumando tabaco, sentado, quieto, muy quieto, tomando luego café y las medicinas, variablemente según los horarios, haloperidol treinta gotas, sesenta, ciento diez. En esa época ya no puede jugar. Pone música en la cadena, pero no es capaz de distinguir un sol de un mi. Un sol y un mi juntos era un sol propio en el que se quemaba la nota que venía después. “Mi sol mi” representaba una desgracia, una quemadura, la desaparición de algún amor, el peligro inequívocamente interno provocado por alguna situación externa. “Mi sol mi fa mi”, daba conocimiento de un peligro de extinción que podía correr la familia a cambio de un dolor propio, grande a su vez, que simbolizaba la desaparición de la familia. La agonía en soledad. Otra vez “Sol-edad”. Él parte de la propia edad para hallar nuevas soluciones, y encuentra en el 22 un par de cobras, una dándole la espalda a la otra. Por un momento no sabe cuál de las dos le representa a él, aunque la probabilidad se inclina del lado de que su persona se trata de aquella que no ve el acecho de su igual, que le persigue de cerca, pero como serpiente cobra, incapaz de oír; de hecho, ninguna de las dos oye, pero el acecho sí está. El nombre de la familia de esa serpiente en particular lo asocia sin recorrer ningún tipo de hazaña a que debe alguna deuda ¿Qué tipo de cosas por las que deba pagar ha hecho él a lo largo de su existencia? Fue entonces cuando decide escribir un libro sobre ello, al que titula “Yo no he sido”. Un libro dador de pena del que reparte copias entre la gente que, de vez en cuando, por aquella época, le rodea. Entonces tenía 22 años. Era dos cobras. La solución al invertir el primero de los dos números y juntarlo con el segundo es un corazón sostenido por una línea. Quizá es la línea del horizonte. Quizá es la línea del Ecuador, lo que indica que su corazón se encuentra en el norte, pero es este un dato al que no da la más mínima importancia. Es el dato de que la línea del Ecuador sea imaginaria la que le ocupa. El hecho de que sea una línea que sólo define el mundo en su representación. La bola del mundo que le compraron a los seis años de edad. Necesariamente bola o mentira, aquella forma esférica tenía en su interior una bombilla que encendía y apagaba a su antojo. Es la desaparición de este interruptor a lo que termina achacando la causa de sus brotes psicóticos. Pero el hombre medio tiene a día de hoy la edad de 29 y no se ve en posesión de perder de nuevo el control del interruptor. El hecho de que la esfera del mundo que le regalaron cuando tenía seis años, se encontrase en la actualidad apagada en una habitación de su pequeño pueblo es lo que le obliga a mantener la esperanza de que sólo en su pequeño pueblo será capaz de volver a encender aquella bombilla y, consecuentemente... entonces anota en su cuaderno la palabra: Amor. Procede entonces a inventarse una persona, algo que amar, una chica joven, una señorita a la que dota de los más dignos atributos y que convierte en la gran mentira del mundo; el mundo que se encuentra en una habitación de su pequeño pueblo. Es de ello de lo que hace la primera novela que aún no ha tirado “Una mujer de nombre Cenobíades”. Aquella habitación donde mora la bola del mundo que le regalaron a los seis años de edad, sin pasar por alto el detalle de que el 6 simboliza a una mujer muy embarazada, sentada, al borde de dar a luz; es una habitación donde se encuentra un armario, una mesilla con lámpara pequeña (donde se halla a su vez la bola del mundo, y es donde él hace sus dibujos a los 23, 24, 25 y 26 años), una estantería con muchos envases vacíos, únicamente decorativos, y una cama en la que difícilmente pueden caber dos personas. Todo ello en el lugar más alto, diestro (mirada de frente) e irrespirable de la casa que lo ocupa. La casa de la abuela. La casa del pueblo. La casa de Valseca. El mundo o su bola se encuentra en unos muros que parecen destinados a la desaparición. Él es la única persona que puede ocupar esa casa una vez fallezca su abuela, pero él no va a hacer nada de eso. No se ve capaz. No sabe. Tampoco le dejan, pero la culpa no es de nadie más que suya. Así pues, se invita a pensar que sólo en los días que la habita (los veranos durante la vida de abuela) le exponen a su bola del mundo, a su interruptor, a su viable locura, a los únicos momentos memorables de su mundo, de su actualidad y vida. Le gusta verse esa casa. Ver cómo a medida que pasa el tiempo menos gente se ocupa de ella. Ver cómo depende de la mano de abuela para su resistencia, y saber de la edad avanzada de abuela y la notable merma de su disposición para la casa. Le asombra sin embargo que la abuela no haya perdido la voluntad de rezar y admira tal cualidad. Abuela suele rezar a oscuras ¿No es este un dato absolutamente conmovedor y también ciertamente revelador? Después anota la palabra “Casa” en su cuaderno y mete una U en el medio. La U simboliza un imán. La atracción que siente hacia la vida rural y lo que de su niñez guarda, incluida la bola del mundo de una habitación decididamente asquerosa, aquella bola que le regalaron a la edad del 6, precisamente su propia madre, la madre que le había dado a luz seis años antes del regalo. Luego anota: Mi casa no es de metal. Y a continuación: Mi causa es de metal. Recuerda la pistola de tío. Tío era policía y llevaba pistola. Le agrada recordar eso. Le agrada recordar que tío guardaba la pistola debajo de la almohada, sobre donde al dormir se reposa la cabeza, y sabe que tío ocupó antes que él las camas que él ahora ocupa (incluida la de la habitación que a fecha de hoy contiene la bola del mundo). Un día tuvo ocasión de coger la pistola que estaba, obviamente, descargada. Antes se la pidió a tío. Él no cogía las cosas sin previo permiso. Recuerda que entonces lo que más le llamó la atención del trasto era su peso, apenas podía sostenerla con una mano. En cambio, la bola del mundo era viablemente sostenible con cuatro dedos e, incluso, con dos. Anota en su cuaderno entonces: ¿En qué queda la hazaña de Cronos al lado de un hombre que porta...? Luego lo tacha. Siempre que ha buscado las visiones y, consecuentemente, la vida vegetal que propina a largo plazo la medicina antipsicótica, ha empezado anotando cosas de ese estilo. Frases de apariencia inocente, pero de una carga muy capaz para él. Duda entre un mapamundi y un interruptor. Algunas veces ha reconocido mediante esa búsqueda que ha perdido el hilo que le une al mundo, que todo se ha acabado, pero no, luego vuelve, aún no se acabado y nunca se acabó. Volvió del letargo de la medicación antipsicótica, así fue en tres ocasiones, y buscó el cuaderno donde había anotado las frases, pero el cuaderno siempre ha desaparecido, aunque su familia sostiene sin descanso que en casa nadie toca sus cosas. ¿Dónde estaban aquellas frases? ¿Cuál es la razón por la que tacha las nuevas que se le ocurren? Es ese lugar donde vive con 29 años recién cumplidos. El 2 del principio, aquella cobra, sigue ahí, pero quien lo acompaña detrás es probablemente un globo que vuela acompañado de un hilo, al que arrastra el viento que viene del oeste. Uno de tantos globos que se le fue de las manos a un niño “¿Es capaz de sostener una cobra el hilito de un globo?” A continuación tacha la frase y decide salir de la habitación desde cuya alfombra uno de sus ojos le mira desde que tenía la edad de 22 años, probablemente menos. Baja al salón y enciende el televisor y mira los horóscopos o los deportes en el teletexto.
Sélavy

Wednesday, July 05, 2006

La luna luna




La prisa del mundo nuevo; un tiro sin par, la luna al lado.
Cantaba a lo negro
cantaba
la espuma de Dom Perignón
en los sombreros de copa
de los hombres y la inercia de su traje,
el últimoHarlem
El último negro
siendo en la cuchara mono
que nunca escaló más selva
que su cuerpo habituado.

Lo cantaba en otra clave
que cantaba a los gitanos,
las guitarras, el pino pino,
el roble como la abundancia
la tierra
como un gesto solo
un tiro seco
un negro roto
cantando
sin más
cantando:

Villon sentado en un traje
que a veces se llama España
y otras, solamente
el pozo chico,el recuerdo*

*y bien sabido es que recuerdo trata de mayor maldiciónque tiempo, espacio, regreso o cualquier otra maldición menor

Sélavy

La niña se enfrenta al sol




La niña se enfrenta al sol, jugando.
El agua de la piscina está templada.
La niña no puede hacer; la mujer llora.
-¿Qué es?- Pregunta.
Es el olor del cloro.
Eso otro, una toalla bordada con hilo rojo.
Es para secarse.
La niña se enfrenta al sol, jugando.
La mujer que llora se mete en el agua.
Cada cual enfrenta el sol a su manera.

Afuera del recinto hay una parada de autobús, dos hombres altos.
Hablan de la calor.
La mujer que llora, nada despacio, como es su llanto.
La niña gana el sol, es un juguete.
Dormirá hoy con él un rato y así hasta que se canse.
Después –dice- encenderá el ordenador y va a jugar un solitario.

La mujer sale del agua, mira el sol; sabe que llora.
Tiende la toalla al césped y se tumba.
Elige una mitad de luz, otra de sombra.

Afuera, en la parada, frena un bus.
Dos hombres montan.“Hablaban del calor, no se conocen”.

Sélavy

El chico va a la cocina





El chico va a la cocina a buscar un cenicero.
El hombre que le dobla la edad permanece en el porche;
enciende un cigarrillo.
No siente malestar, usa el cansancio.
El chico viene con el recado en la mano.
El hombre que le dobla la edad le dice gracias.
Bendita mitad de sí mismo, descuido aparte.

El chico se pone los walkman.
El hombre que le dobla la edad chupa el tabaco y mira.
Maldita la ruptura.
Otras generaciones habrán de rebosar su tino;
concederse a sí nuevo equilibrio, hacerlo otro y siempre detrás suya.
El esbozo de una espalda a la que dijo tiempo.
El chico aprieta el stop.
-¿Qué música?-
La canción ha terminado.
Entonces rebobina.


Sélavy

Hacer La rosa




“Cortemos desde ahora las rosas de la vida” (Pierre de Ronsard)

I

Hacer la rosa
Hacerla
como orina un perro
tanteando mucho el sitio
y, si probable,
de cerca del excremento.
.............
Hacerla tan consternada
que las espinas no quepan
sino por dentro.
..............
Hacerla azar
y madre pequeña a la que ir regando.
...............
Hacerla esbozo solamente
que pueda contrastaren tus manos
cuán preciosa hubiera sidode contar con su tragedia.
.........................................

II
(El hombre que regaba, decía, versos; no más, insistía, para dar muerte al papel y, si posible, también a sí mismo, aunque yo me había percibido mucho antes, con cierta pericia, de que ese mismo hombre estaba ya muerto antes del siglo XIX):

Nada más,
permanecer
como tiesto regado
que no elude su cinismo
ni aun enmarcando la rosa(so pena de minotauro).
...................................

III

La rosa del tallo flaco
que puede ser hambre, excremento, sed, bilis, pájaro, ilusión o clítoris
o un poema
entregado a un difunto
y a sí mismo negado o mostrado
como algo que sólo fue,
pero antes semilla
para estas dudas que
quisieran ser milagro
solamente.
...................................................

Sélavy

La noche que viene



Estar en el extranjero es un suicidio. ¿Pero qué es estar en casa, Mr. Tyler, qué es estar en casa? Una lenta disolución". (Samuel Beckett)

La noche que viene

Heme aquí, penar en cuyo nombre
crepita calmo el paso de los días,
hela aquí a mi voz templada y fría
llamando a la noche; al niño, al hombre.

Agonízame, cretino que me llevas
los pasos en los bajos de las simas,
asesíname en los pares y en las rimas
del papel blanco y dispuesto en que me dejas.

Dios sin evasiva; llegó el duelo
a tu oído trepar más que angustioso,
la paz que llevó el viento a lo que espero.

Mas en tu ser igual, que a groso modo,
empape mi aireada, sin fortuna,
de tierras que en la tierra al alba fueron.

Sélavy

Cualquier historia y un amor de humo entre la ceniza




Ser el que no mama no llora
el que llora a la avenida
de un naufragio
apenas consentido por una voluntad
que cede,
delega,
arrastra
mitades de uno
que vas mirando en el suelo, amor,
a través del bobo espejo de bobos que
en pie mantiene
su corporeidad dispuesta
a rebañar el rosa que, entera,
no obstante fuiste, cuando
desnuda, ofrecías un criptograma
a lo que sólo eran sueños
esparcidos como engendros
de otro sobre la cama.

Sélavy

Vinieron




Vinieron con sus nombres, cientos,
vinieron bordados con hilo fino alguno de los escrotos
de anguilas aguamarinas, de tedio
recién aprendido,dijeron aquí estamos.

Dijeron también de su causa,
enseñaron de su herida
antiguas costras que
no son el apego a lo que vienen.

Un ejército de libres
llegaron con su adiós y sus pañuelos.
La cicatriz quedó en el vaso,
el vaso, lo turbio, y nunca lo que contenga

en una de sus capas visto,
el resto,
de hacer no quisimos,
ninguno,
mas el tedio
siguió manteniendo el sitio hasta que llegaron otros
con la misma canción.

Sélavy

Las preguntas del labriego




No ha de ser un poema que me deje al bies de un esperanto. Ni crecida ni temor en este hueco. Ni maldita la varilla; tampoco parcos los hados, ni consuelo el hacer no más y en vano, el espacio en que sumirse sin espera, y vil y terco; flor, a la que achucha un sol ecuánime que es pregunta y respuesta de sí mismo. Déjame bordear, si debo, el camino trazado que nunca resta ni dolor ni distancia alguna entre dos miras. Si no soy, dejadme al menos preguntar ¿de qué? Si del acá o del cómo, del asistir a una vida a la que preguntar si es. No hubo antes sino que ahora viene a ser, como cada momento, el hombre primero, el hombre que es, ante un prejuicio, un monte, un vientre, anoche y su reflejo. El que niega la espera y en el lecho de la propia se abastece de jamases y demás fierezas que responden a su estío. Hablé, sin conocer, del eco, sin conocer del agua, sin conocer de la vida y de la muerte. Y hoy es el día en el que canto a la duda con la duda (¿qué otra manera de cantar a lo que es por simplemente?). La duda es el antónimo del sol, y aquélla que sin negar asiste a la perplejidad de lo neutro más sus dones. Dime el afán (tan laborioso) que en ti concede en mí, mortal, un viso de mirar allá, del otro lado, la verdad que son el sol y los planetas, la muerte que sucede en muerte ajena y el cómo a tal y a sus conceptos los abarca el tiempo en una duda. Pues de lo demás soy sólo resto y, de las verdades que me ocupan, ninguna hospeda el alma que la niegue. Mas si soy tan sólo pregunta de lo vacuo y repetida por esencia, nomás vacilo en formularme y padecer, por simplemente, conocido de aquello y afirmarme como en vida sin dar fe, pues y por, sin conocerme. Verdad, no obstante, de la que digo haber probado en algún día, reconozco, por despiste del escrúpulo o, sin más, por ser nacido tan sólo.
Sélavy
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